Tuesday, August 6, 2019

Poker de Espanto en el Caribe

Poker de Espanto en el Caribe Pà ³ker de Espanto en el Caribe Introduccià ³n Algunas regiones en Amà ©rica Latina han sido escenario de una variedad y amplia de sangrientas dictaduras, y por periodos tan prolongados, como el Caribe. Rafael Leonidas Trujillo en Repà ºblica Dominicana; Anastasio Somoza, Tacho, en Nicaragua; Marcos Pà ©rez Jimà ©nez en Venezuela, y Fulgencio Batista en Cuba, constituyen las cuatro tiranà ­as que en la dà ©cada de los cincuenta del siglo XX armaron un Pà ³ker de espanto en el Caribe. Su autor, Juan Bosch, uno de los mà ¡s destacados là ­deres polà ­ticos, intelectuales y humanistas dominicanos, que pasà ³ veintitrà ©s aà ±os de su vida en el exilio, analiza las causas econà ³micas, sociales, polà ­ticas e incluso psicolà ³gicas que dieron origen y sostuvieron dichas dictaduras. La obra, escrita de salto en salto, de paà ­s en paà ­s, de exilio en exilio, en una Amà ©rica Latina convulsionada, con golpes de Estado, tiranicidios, guerras civiles y revoluciones armadas, refleja, como ninguna, los procesos del exilio a los que tantos se han visto obligados, en Amà ©rica Latina y el Caribe, và ­ctimas del despotismo. A mà ¡s de cincuenta aà ±os de haber sido escrito, Pà ³ker de espanto en el Caribe es un clà ¡sico en su gà ©nero. La Universidad Nacional Autà ³noma de Mà ©xico se honra en editar en Mà ©xico esta obra fundamental para la comprensià ³n de los procesos sociales y polà ­ticos en Amà ©rica Latina y el Caribe, a cien aà ±os del natalicio de su autor. Biografà ­a del autor Juan Bosch nacià ³ en La Vega, Repà ºblica Dominicana, el 30 de junio de 1909 y murià ³ en Santo Domingo el 1 de noviembre de 2001. El profesor Juan Bosch, narrador, ensayista, educador, historiador, bià ³grafo, polà ­tico, ex-presidente de la Repà ºblica Dominicana, inicià ³ su carrera literaria con un pequeà ±o libro de cuentos, Camino Real (1933), donde narraba en gran parte lo que habà ­a visto, escuchado y vivido en su pueblo, La Vega. De esa misma à ©poca, es su primera novela breve La Maà ±osa (1936), donde el personaje central es una mula y el narrador es un nià ±o enfermizo. Despuà ©s, antes de salir al exilio, donde vivirà ­a durante mà ¡s de veinte aà ±os, el precursor del cuento dominicano publicarà ­a sus cuentos en perià ³dicos y revistas dominicanas. De aquella à ©poca son  «La mujer » (cuento que ha sido seleccionado por casi la totalidad de las antologà ­as de cuentos de Hispanoamà ©rica),  «Dos pesos de agua » y  «El abuelo ». Pero cuando el profesor Bosch regresà ³ a la Repà ºblica Dominicana, apenas los mà ¡s viejos conocà ­an que era cuentista. A su llegada, se reunieron sus cuentos en dos volà ºmenes: Cuentos escritos en el exilio (1964), que incluà ­a  «Cuento de Navidad » y  «Manuel Sicurà ­Ã‚ », publicados en ediciones independientes en el extranjero, y Mà ¡s cuentos escritos en el exilio, (1964), donde se incluyeron, tambià ©n, cuentos publicados en ediciones independientes, como  «La muchacha de la Gà ¼aira », publicado en Chile, en 1955. Pero Bosch ya habà ­a publicado libros, en el extranjero, no precisamentede cuentos, que lo habà ­an dado a conocerer en otros paà ­ses como bià ³grafo y ensayista, antes que en su propio paà ­s, como Hostos, el sembrador (Cuba, 1939), Judas Iscariote, el calumniado (Chile, 1955). Aunque dejà ³ de escribir cuentos desde los aà ±os sesenta (el à ºltimo o escribià ³ para una antologia de cuentos para nià ±os, preparada por el pianista, poeta y dramaturgo Manuel Rueda), el profesor Bosch es reconocido como el precursor del cuento y, sobre todo, de la narrativa social dominicana.). Con una prosa imitada por pocos narradores dominicanos de hoy (por lo dà ­ficil, aunque se trate de decir lo contrario), en los cuentos de Bosch la problemà ¡tica social (la preocupacià ³n por el hombre y por la fuerza de los procesos sociales que ejercen sobre el individuo) es tratada desde diferentes à ¡ngulos, sin hacer, casi siempre, alusià ³n a sistemas o gobiernos determinados. Pero no sà ³lo los cuentos del profesor Bosch son guà ­as para el cuentista, si no que sus Apuntes sobre el arte de escribir cuentos es un texto para los estudiantes de otros paà ­ses como Cuba, llegando a llamar la atencià ³n del narrador colombiano Gabriel Garcà ­a Mà ¡rquez, quien ha declarado mà ¡s de una vez que Bosch es su profesor). La à ºltima creacià ³n narrativa del profesor Bosch, la novela El oro y la paz (Premio Novela Nacional de Literatura, 1975), aunque escrita en dos versiones, a primera en 1957, mientras el escritor se hallaba viviendo en Cuba, en su primer exilio, y la segunda versià ³n en Puerto Rico, 1964, donde estuvo pasando su otro exilio, es una obra maestra en a Literatura dominicana). Las obras de Bosch comprenden, tambià ©n, ensayos y biografà ­as de grandes figuras de la historia sagrada. Es dà ­ficil, por no decir imposible, resumir los temas en los cuentos de Juan Bosch. Hay, sin embargo, dos preocupaciones que aparecen en sus mejores cuent os: los problemas sociales, y la preocupacià ³n filosà ³fica (por no decir, existencial). Ahà ­ està ¡n  «La nochebuena de Encarnacià ³n Mendoza » (para nosotros, su cuento mà ¡s perfecto),  «Los amos »,  «Luis Pià ©Ã‚ »,  «La muchacha de la Gà ¼aira »,  «Dos pesos de agua » y  «La mujer » para probarlo. Produccià ³n literaria Obras: Narrativa: Camino Real (1933) Indios (1935) La maà ±osa (1936) Dos pesos de agua (1941) La muchacha de la Gà ¼aira (1955) Cuentos de Navidad (1956) Cuentos escritos en el exilio (1962) Mà ¡s cuentos escritos en el exilio (1962). El oro y la paz (1975 Ensayos: Mujeres en la vida de Hostos (1938) Hostos, el Sembrador (1939) Apuntes sobre el arte de escribir cuentos (1947) Judas Iscariote, el Calumniado (1955) Trujillo, causas de una tiranà ­a sin ejemplo (1961) David, biografà ­a de un rey (1963) Breve historia de la oligarquà ­a (1970) Composicià ³n social dominicana (1970) Tres conferencia sobre feudalismo (1971) Breve historia de la oligarquà ­a (1971) El Napoleà ³n de las guerrillas (1976) El Caribe, fronterra imperial: de Cristà ³bal Colon a Fidel Castro (1978) Viaje a las antà ­podas (1978) Conferencias y artà ­culos (1980) La revolucià ³n de abril (1980) La guerra de la Restauracià ³n (1980) Clases sociales en la Repà ºblica Dominicana (1983) Capitalismo, democracia y liberacià ³n nacional (1983) La fortuna de Trujillo (1985) La pequeà ±a burguesà ­a en la historia de la Repà ºblica Dominicana (1985) Capitalismo tardà ­o en la Repà ºblica Dominicana (1986) Mà ¡ximo Gà ³mez: de Monte Cristi a la gloria (1986) El Estado, sus orà ­genes y desarrollo (1987) Textos culturales y literarios (1988) Dictaduras dominicanas (1988) Pà ³ker de Espanto en El Caribe. Temas econà ³micos (1990) Breve historia de los pueblos à ¡rabes (1991). Aportes dado a la literatura Juan Bosch fue un hombre de pensamiento y accià ³n en todo lo que se propuso, marcando autà ©nticamente con sus aportes polà ­ticos y literarios a la sociedad dominicana. De sus contribuciones a la polà ­tica nacional queda poco de quà © hablar, mientras que de su pasado literario todavà ­a van surgiendo detalles que terminarà ¡n conformando definitivamente el perfil del que fue el mà ¡s destacado literato dominicano del siglo XX. En principio, en el campo de la poesà ­a Bosch se declarà ³ admirador del Movimiento Postumista, pero en el cuento y la novela quiso crear su propia escuela, a la que bautizà ³ â€Å"El Conchoprimismo Literario†, no sin que aparecieran, en el mundo literario dominicano, los que se burlaron y trataron de ridiculizarlo. La escuela â€Å"conchoprimista† que Bosch intentà ³ establecer en 1934, partà ­a del criterio de que en la Repà ºblica Dominicana y el arte â€Å"tenà ­an que hacerse sobre tradiciones criollas†, tomando como materia prima lo que habà ­a significado en nuestra historia el personaje de Concho Primo, caracterizado por el coraje, el instinto, la generosidad y el fuego que incendiaba su sangre y la carne: â€Å"Concho Primo fue cada hombre que dejà ³ el quicio de su casa, al brazo el machete, a la cintura el revà ³lver, bajo las piernas el espinazo del caballo, a quienes no empujaba el deseo de hacerse libres, ni ricos, ni de volver aureolados de glorias para ofrendarlas a una mujer†. Su novela La Maà ±osa fue la conclusià ³n de aquel esfuerzo. Aunque Juan Bosch ya habà ­a publicado numerosos cuentos, cuando comenzà ³ a promover su â€Å"escuela† era todavà ­a un desconocido en el mundo literario dominicano y hasta lo creà ­an inexistente pues habà ­a gente que creà ­a que nombre era el seudà ³nimo de algà ºn intelectual interesado en que no se conociera su verdadera identidad. El Conchoprimismo estaba influenciado por el Criollismo, de moda entonces en Latinoamà ©rica. Bosch define su escuela con las siguientes palalabras: â€Å"Aquà ­ en Santo Domingo, quizà ¡s si a consecuencia de pobreza en la flora y fauna y tambià ©n ausencia de una raza nuestra, nos hemos dedicado a los acontecimientos y con ellos a los hombres. Pero à ©stos, manejados como cosa: instintivos, impulsivos, bastos. Nada de pensamiento destilado. Y como no tenemos otra historia que la de la sangre, hemos tomado la bandera que yacà ­a en el suelo, pudrià ©ndose, desde la llegada de los yanquis. La hemos tremolado, asà ­ desgarrada, enfangada y hedionda. Ahà ­ ha nacido el â€Å"Conchoprimismo literario†, que lo serà ¡ artà ­stico antes de poco tiempo en todo el frente de las artes†. Juan Bosch fue desde el principio cuentista y se dio a conocer a partir de 1931 en la revista Bahoruco, dirigida por el venezolano Horacio Blanco Bombona: â€Å"Un buen cuentista dominicano†, titulaba Blanco Bombona, y decà ­a â€Å"Hemos publicado en los à ºltimos nà ºmeros de Bahoruco cuentos del escritor dominicano Juan E. Bosch. No nos gusta prodigar elogios a diestra y siniestra, porque creemos que ese sistema ha malogrado a mà ¡s de un joven escritor que con esfuerzo y estudio pudo hacer algo que valiera la pena. Pero no queremos dejar pasar inadvertida la capacidad de nuestro colaborador Bosch para el cuento. En breves pà ¡ginas capta un suceso, un ambiente y con una sobriedad, digna de encomio, escribe su relato. Nos parece que a la Repà ºblica Dominicana le ha aparecido un buen cuentista. Bosch es vegano de nacimiento y acaba de retornar al paà ­s de un viaje de dos aà ±os por la penà ­nsula y por algunos paà ­ses de Hispanoamà ©rica de los que rodean el m ar Caribe†. En los cuentos aparecidos en Bahoruco ya se iba definiendo el costumbrismo campesino dominicano en que desembocarà ­a el â€Å"Conchoprimismo†. En Carteles, revista cubana que se leà ­a en Santo Domingo, aparecià ³ en marzo de 1932 el siguiente comentario sobre uno de sus escritos: â€Å"La Mujer, un cuento de Juan Bosch, el primer cuentista dominicano del momento. Domina el gà ©nero y tiene la rara virtud de narrar con una sencillez que da relieve al tema. La Mujer es una tragedia rural dominicana†. Refirià ©ndose a ese comentario de la revista Carteles, se dijo en Bahoruco: â€Å"Hace un aà ±o comenzà ³ Bosch a publicar sus cuentos en este semanario. Desde el primer cuento advertimos que se trataba de un vigoroso talento de narrador, que pinta las costumbres campesinas en una sobria y precisa prosa. En una palabra, que habà ­a alcanzado maestrà ­a en el difà ­cil arte del cuento a una edad muy temprana, pues Bosch en la actualidad sà ³lo cuenta veinte y tres aà ±os. Nosotros repetimos varias veces que no conocemos sino dos grandes cuentistas dominicanos, entendiendo por tales a los que tratan temas criollos. Uno era Josà © Ramà ³n Là ³pez en sus buenos tiempos. El otro es Bosch†. A principio de 1933 Bosch leyà ³ cuentos junto a Fabio Fiallo y Tomà ¡s Hernà ¡ndez Franco en los salones del Club Nosotras. En la crà ³nica noticiosa aparecida sobre esta actividad, se lee lo siguiente: â€Å"Fue anunciada la lectura de cuentos de tres de nuestros cuentistas, Juan Bosch, Hernà ¡ndez Franco y Fabio Fiallo. Bosch, el menor y el primero, es cuentista de procedimientos modernà ­simos. Nada de autobiografà ­a, ni de propia psicologà ­a. Es la vena de agua pura y cristalina que lleva, sin saberlo, el alma de nuestra montaà ±a. En el aà ±o citado, publicà ³ Juan Bosch su primer libro de cuetos, Camino Real, terminando de situarse como el mejor narrador dominicano y rompiendo con la creencia generalizada de que à ©l â€Å"era un seudà ³nimo y era, sin embargo, nuestro mejor cuentista. Aun despuà ©s de haber publicado muchos cuentos en las columnas de este semanario, se nos decà ­a como dudando de su existencia:  ¿Y ese Bosch, a quien nunca hemos visto, donde vive? Y respondà ­amos invariablemente: Escribe, luego existe y mora en la Avenida Capotillo† Desde antes de 1934 Bosch se batà ­a en una descarnada polà ©mica pà ºblica con Hà ©ctor Inchà ¡ustegui Cabral y otros de sus compaà ±eros, quienes criticaban sus poemas y narraciones costumbristas. Refirià ©ndose a Bosch y a su â€Å"escuela†, Inchà ¡ustegui cuenta en el â€Å"Pozo muerto† (1960), detalles de ese debate: â€Å"Como creà ­a en los nacional le hicimos la guerra a cuantos pretendieron injertar en la literatura dominicana el Romanticismo Gitano de Garcà ­a Lorca. Pero no era contra el poeta, fue contra el programa, vamos a llamarlo asà ­, de los que consideraban que era necesario, para la tradicià ³n y para la historia, que se cantara en romance la vida, las hazaà ±as, de los grandes de las guerras civiles. Una persona, que no era poeta, lanzà ³ la idea, trazà ³ el ideario dirà ­amos mejor, desde las pà ¡ginas de Bahoruco (†¦). Entonces escribà ­a unos Marginales. Una seccià ³n un poco en broma (†¦). No recuerdo todo lo que di je, pero le debià ³ parecer muy fuerte. Hablaba, eso sà ­ lo recuerdo, de un â€Å"polizà ³n sentimental†que nos acababa de llegar de Espaà ±a, de un contrabando literario que estaban tratando de introducir en el paà ­s. Se molestà ³ muchà ­simo y me salià ³ al encuentro la semana siguiente. (†¦). Aquello era la indignacià ³n patrià ³tica en letras de molde. (†¦). Blanco Bombona me llamà ³. Debà ­a tener cuidado porque à ©se era un muchacho violento. Lo mejor era dejar las cosas en donde estaban y no replicar para evitar desagrados mà ¡s profundos. Yo sonreà ­. Él era amigo mà ­o y la disputa se limitaba al puro campo literario.† Bosch llegà ³ en aquellos meses a anunciar, cuando publicà ³ â€Å"El cobarde†, que se retirarà ­a del cuento costumbrista dominicano, lo que llevà ³ a Blanco Bombona a decir: â€Å"Ni debe, ni puede. No puede porque el alma de su pueblo le bulle en el sensorio de manera tal, que à ©l no tendrà ­a fuerza para evadir el imperioso reclamo a la hora de la creacià ³n literaria. No debe: porque seria restarle a su patria un aporte que la significa y la cataloga dentro de un gà ©nero literario. Esperamos, pues, que esta resolucià ³n de Bosch, sea transitoria†. Bosch, ademà ¡s de escribir cuentos escribà ­a y publicaba en Alma Dominicana poemas costumbristas, un poco influenciado por el Romancero espaà ±ol. En Alma Dominicana Juan Josà © Llovet y Juan Bosch eran los redactores, mientras que Emilio A. Morel era el director. La admiracià ³n de Bosch por los escritores que se ubicaban en el â€Å"Conchoprimismo†lo llevà ³ en agosto de 1935, a promoverlos, como hizo con Josà © Rijo, por tener à ©ste el â€Å"corazà ³n machacado en el pilà ³n del campo y rezumante de todas nuestras virtudes, me parece haber encontrado un verdadero cuentista. (†¦). Dos cosas admiro en Josà © Rijo, su personalidad, ya que no se parece a ningà ºn escritor dominicano, y el amor con que carga ‘su provincia al pecho. Eso lo salvarà ¡. Por à ³rgano suyo ruego a los jà ³venes maestros del cuento nacional (maestros, no por lo que hayan hecho, sino por lo que critican y por la arrogancia y aparente erudicià ³n que manejan), no ver en este primer cuento los defectos†. El aporte de Bosch fue universalizar lo dominicano en la literatura. Lo que dijo sobre Rijo, fue lo que al final lo inmortalizà ³ a à ©l en la polà ­tica y la literatura universal: el amor con que siempre cargà ³ la patria en su pecho; mientras que muchos de sus crà ­ticos son hoy pasto que devora la historia. Movimiento Literario al que Pertenece el Autor Formà ³ parte en la capital dominicana del grupo literario que se denomino â€Å"la cueria†. Los à ºltimos aà ±os de la dà ©cada del 20 comenzà ³ a acariciar la idea de escribir una novela y entregà ¡ndose a esta labor, logro poner fin a la misma, coronando sus esfuerzos mediante la publicacià ³n de â€Å"la maà ±osa†, aà ±os despuà ©s. En principio, en el campo de la poesà ­a Bosch se declarà ³ admirador del Movimiento Postumista. La escuela â€Å"conchoprimista† que Bosch intentà ³ establecer en 1934, partà ­a del criterio de que en la Repà ºblica Dominicana y el arte â€Å"tenà ­an que hacerse sobre tradiciones criollas†, Breve Resumen de la Obra Anastacio Somoza, la carta nicaragà ¼ense Ningà ºn pueblo de Amà ©rica nos ofrece una leccià ³n tan cabal como el de Nicaragua, en lo que se refiere a los frutos le la polà ­tica caudillista ejercida en las cercanà ­as de un poder en crecimiento listo a aprovechar la menor grieta para penetrar por ella y aumentar su expansià ³n Los sucesos ocurrieron a mediados del siglo XIX, y al darse por terminados volvià ³ el pueblo nicaragà ¼ense a dividirse en conservadores y liberales, los dos partidos que han seà ±oreado el campo polà ­tico nacional, separados al parecer por diferencias ideolà ³gicas pero unidos en un mismo procedimiento caudillista. En 1893 tomaron el poder los liberales, despuà ©s de treinta aà ±os de gobierno conservador. El presidente liberal, Josà © Santos Zelaya, establecià ³ una dictadura que iba a durar diecisiete aà ±os, hasta fines de 1909. Esa dictadura no pudo ser mà ¡s inoportuna, pues desde que en 1898 los Estados Unidos adoptaron la polà ­tica de franca intervencià ³n, con fuerzas militares, en la zona del Caribe, toda conducta polà ­tica tenà ­a que ser planeada tomando en cuenta el peligro de una posible intervencià ³n. Un rà ©gimen tan duro como el de Zelaya dividà ­a al pueblo nicaragà ¼ense mucho mà ¡s de lo que ya lo estaba; ponà ­a a su frente, de manera irreconciliable, no sà ³lo a los perseguidos conservadores, sino ademà ¡s a la juventud, que en todas partes es generosa y enamorada de la dignidad; y gran parte de esos jà ³venes pasaban a engrosar las filas conservadoras o, sin hacerlo, se mantenà ­an en lucha contra la dictadura. El paà ­s està ¡ situado en el mismo corazà ³n de Centroamà ©rica, con Costa Rica al sur, Honduras y El Salvador al norte, al este el mar Caribe y al oeste el Pacà ­fico. La mayor parte de la poblacià ³n ocupa mà ¡s o menos un tercio del territorio, el que està ¡ situado ente el sistema montaà ±oso que da al Pacà ­fico y ese mar; y aun esa tercera parte se concentra mà ¡s bien en un trià ¡ngulo formado entre Granada, al sur, Leà ³n al norte y la capital, Managua. Al sur, pegado a la frontera de Costa Rica en su orilla meridional, està ¡ el lago de Granada o lago de Nicaragua; en la orilla occidental, la ciudad que le da nombre. Ese lago se comunica con el Caribe por el rà ­o San Juan. Por allà ­ subà ­an los piratas y atacaban la ciudad de Granada. Por allà ­ se pensà ³ cavar el canal que despuà ©s se hizo en Panamà ¡. Durante largos aà ±os los nicaragà ¼enses soà ±aron con que su territorio seria usado en la gran và ­a transmarina; y de hecho fue puente del Caribe al Pacifico cuando el descubrimiento de oro en California lanzà ³ a miliares y millares de aventureros de la costa este norteamericana a las lejanas costas del Oeste. Hacia 1909 Washington descubrià ³ que el dictador Zelaya estaba negociando acuerdos con Alemania y con el Japà ³n para la construccià ³n de un canal por esa ruta. El canal de Panamà ¡ no estaba inaugurado todavà ­a; pero no tardarà ­a en estarlo. Y Panamà ¡ era una leccià ³n demasiado dramà ¡tica para no tomarla en cuenta. Ese recià ©n nacido paà ­s no existà ­a en 1902; era una provincia colombiana, y surgià ³ como nacià ³n independiente a voluntad de Teodoro Roosevelt (aunque desde luego Roosevelt estaba actuando como delegado de muy vastos y complicados intereses) cuando Colombia se negà ³ a aceptar las condiciones que imponà ­a Washington para abrir el canal por el istmo panameà ±o. El mismo Roosevelt lo dirà ­a en pà ºblico ocho aà ±os despuà ©s del establecimiento de la Repà ºblica de Panamà ¡. Los conservadores habà ­an producido numerosos levantamientos durante la administracià ³n de Zelaya; y a los conservadores volvieron sus ojos en Washington cuando se enteraron de las inoportunas negociaciones de Zelaya con alemanes y japoneses. El acuerdo entre conservadores y norteamericanos iba a durar aà ±os, y serà ­a funesto para la vida de Nicaragua. Pero como se verà ¡ a su tiempo, los liberales no pueden acusarlos porque ellos acabaron desplazando a sus adversarios en el favor de los gobernantes estadounidenses y llegarà ­an a extremos a que no llegaron aquà ©llos. Y es que bajo las etiquetas de partidos opuestos se guarecà ­an en realidad dos huestes caudillistas, a cuyos là ­deres les interesaba el poder para ellos mà ¡s que el destino de su pueblo. En octubre de 1909 el jefe de la guarnicià ³n de Bluefields, en la costa del Caribe, se levantà ³ contra el gobierno de Managua. Era un liberal, pero se alià ³ con los conservadores. Estos garantizaban la ayuda norteamericana al movimiento. La ayuda llegà ³ a tiempo, con un cable del Secretario de Estado de Washington conminando a Zelaya a abandonar el poder o exponerse a ser atacado por la Infanterà ­a de Marina norteamericana. El ministro de la Guerra se alzà ³ en armas; el presidente solicità ³ el desembarco de tropas norteamericanas, que lo hicieron por el puerto de Corinto. La Infanterà ­a de Marina yanqui sometià ³ a los rebeldes a caà ±onazos, y el jefe del alzamiento fue hecho preso y enviado, no a una cà ¡rcel nicaragà ¼ense, sino aun presidio de la zona norteamericana del Canal de Panamà ¡!. Despuà ©s de haber debelado ese alzamiento el grueso de los infantes de marina salià ³ de Nicaragua, pero quedà ³ en Managua, la capital del paà ­s, una guarnicià ³n de algunos centenares de hombres cuya funcià ³n aparente era proteger la Legacià ³n de los Estados Unidos; en realidad, su papel era advertir a los liberales que no se rebelaran. Para Washington, liberales en el poder significaba canal en Nicaragua manejado por potencias extranjeras. Desde 1912, despuà ©s de la intervencià ³n armada extranjera en su favor, gobernaron los conservadores en paz y se celebraron y se ratificaron los pactos necesarios para garantizar que sà ³lo los Estados Unidos podrà ­an hacer un canal por Nicaragua, si algà ºn dà ­a se construà ­a. No hubo dictaduras conservadoras parecidas a la de Zelaya, pero hubo dieciocho aà ±os de gobierno con ninguna participacià ³n de los liberales. Bajo el amparo si se prefiere, por mà ¡s justo, bajo el tutelaje de Washington proseguà ­a la divisià ³n de la gran familia nicaragà ¼ense; esa divisià ³n agravaba, en vez de resolver, los problemas nacionales. Pero los norteamericanos veà ­an los problemas desde el punto de vista de su interà ©s; no paraban mientes en el interà ©s de Nicaragua. Esa divisià ³n fue causa de que en 1926, con el apoyo del gobierno mexicano, encabezado entonces por Plutarco Elà ­as Calles, los liberales iniciaran una revolucià ³n, que comenzà ³ por Puerto Cabezas, tambià ©n en la costa del Caribe. De inmediato surgià ³ a la superficie la alianza de conservadores y norteamericanos. La revolucià ³n tomà ³ Puerto Cabezas y formà © gobierno bajo la presidencia de Juan Bautista Sacasa; sus tropas, al mando militar del general Josà © Marà ­a Moncada, avanzaron hacia el interior. El 23 de diciembre intervino Washington en los sucesos dando a Sacasa veinticuatro horas de plazo para que abandonara Puerto Cabezas porque el territorio de esa zona habà ­a sido declarado neutral por la Infanterà ­a de Marina norteamericana. Esta tomà ³ el lugar y echà ³ al fondo del mar las armas de la revolucià ³n. Las fuerzas de Moncada avanzaban, sin embargo, y se combatà ­a ya tierra adentro. En el aà ±o de 1927 comenzà ³ a sentirse en Nicaragua el peso de un nombre hasta poco antes desconocido, el de aquel jefe- cilio derrotado por fuerzas gobiernistas a principios de noviembre de 1926. Habiendo ido a Puerto Cabezas a solicitar del presidente revolucionario armas con que volver a combatir contra los conservadores, el joven Sandino fue despachado con las manos vacà ­as. Entre las mujeres pà ºblicas de Puerto Cabezas consiguià ³ unos treinta rifles que ellas habà ­an salvado de las aguas del mar, y unos seis mil tiros; remontà © con esa carga el rà ­o Coco, en el norte de la parte oriental del paà ­s, y organizà ³ un pequeà ±o ejà ©rcito en las montaà ±as de Las Segovias. se joven guerrillero se habà ­a dado cuenta de que no habà ­a diferencias fundamentales entre conservadores y liberales: En 1927, tambià ©n, comenzà ³ a sonar otro nombre en Ni- ragua, el de Anastasio Somoza, que en virtud del acuerdo los liberales y conservadores bajo la tutela norteamericana, sà © a ser jefe polà ­tico del departamento de Leà ³n. Se trataba un cargo importante, que tocaba a los liberales. Somoza habà ­a sido conservador, pero su matrimonio con una dama de distinguida familia liberal le habà ­a llevado a esas filas. Era hijo de un conocido conservador de igual nombre, que varias veces fe senador. Al parecer, Somoza heredà ³ de su padre un temperamento ansioso de poder. El hijo fue enviado a estudiar a Granada, primero, y despuà ©s a Filadelfia, donde cursà © ciencias comerciales. Allà ­ aprendià ³ el inglà ©s, que le sirvià ³ para ser intà ©rprete de las fuerzas de ocupacià ³n. Al volver a Nicaragua tratà ³ de establecerse y de hacer algunos negocios, con la ayuda del padre, sin tener buen à ©xito, y entrà ³ en la administracià ³n pà ºblica como funcionario de Rentas, tambià ©n sin alcanzar buen à ©xito. Sus nuevos amigos extranjeros, su parentesco polà ­tico con una familia distinguida y su presencia misma, que era agradable, le abrieron el camino para llegar a jefe polà ­tico del departamento de Leà ³n. Poco despuà ©s, cuando el general Moncada pasà ³ a ser presidente de la Repà ºblica, le designà © su secretario en actividades militares . El presidente tà ­tere Josà © Marà ­a Moncada designà ³ a Anastasio Somoza subsecretario de Relaciones Exteriores, y desde su nuevo cargo Somoza entablà ³ amistad con el anciano ministro de Norteamà ©rica, cuya esposa, una baronesa alemana, quedà ³ fascinada por la simpatà ­a del joven funcionario. Somoza tenà ­a un carà ¡cter festivo y agradable presencia fà ­sica. Su naturaleza psicolà ³qica no se parece a la de Trujillo, que es và ­ctima de numerosos complejos de los cuales surge esa presencia a menudo torva o de untuosa melosidad, siempre falsa y excesiva. Somoza era mà ¡s bien natural, sin tener miedo a la verdad ni a ninguna situacià ³n inesperada; dà ¼ ,, rà ¡pido para el chiste, oportuno, aunque desde luego dado a la vulgaridad tan pronto entraba en confianza. Esa manen e ser, y su tipo latino, le ganaron el favor de la seà ±ora baron Las Segovias, resolvià ³ dejar ese problema en manos nicaragà ¼enses; en vez de soldados suyos, que luchara la Guardia Nacional; si Sandino acababa triunfando que lo hiciera sobre sus compatriotas, no sobre la Infanterà ­a de Marina norteamericana. Asà ­ pues, los invasores se aprestaron a dejar el paà ­s tan pronto como se celebraran elecciones y resultara elegido un nuevo gobernante nicaragà ¼ense. Se convocà ³ a comicios y triunfà © la candidatura liberal de Juan Bautista Sacasa. El nuevo presidente, que debà ­a tomar posesià ³n de su cargo el lo. de enero de 1933, era tà ­o de la seà ±ora De Bayle de Somoza; esto es, tà ­o polà ­tico del favorito de la seà ±ora ministra de Norteamà ©rica. El dà ­a de Aà ±o Nuevo de 1933 tomà ³ posesià ³n de la presidencia Juan Bautista Sacasa. Un mes y un dà ­a despuà ©s, el 2 de febrero, el general Sandino firmaba los convenios de paz. Ya no habà ­a un soldado interventor en tierras de Nicaragua. Lo que quedaba allà ­ era una Guardia Nacional, con su segundo jefe ascendido a jefe director; un jefe nicaragà ¼ense, con menos responsabilidad y menos escrà ºpulos que un nativo de Norteamà ©rica. El hà ©roe de Las Segovias debà ­a sospecharlo, pero el curso de los acontecimientos le exigà ­a ignorarlo. Pues en la historia de Nicaragua à ©l era un parto prematuro, y estaba llamado a ser, por tanto, un mà ¡rtir y no un realizador Habà ­a transcurrido un aà ±o. Empeà ±ado en organizar empresas agrà ­colas y mineras en la zona nordeste de Nicaragua el general Sandino permanecà ­a alejado de las actividades pà ºblicas, rodeado por los veteranos de sus fuerzas y sus familia. res, a quienes querà ­a asociar a los negocios que planeaba. A mediados de febrero a 1934 hizo una visita a Managua. La Guardia Nacional hostilizaba a los sandinistas, exigiendo la entrega de armas que no existà ­an; la intranquilidad agitaba toda la regià ³n, y el hà ©roe querà ­a hallar una fà ³rmula para resolver esa situacià ³n; a la vez, iba en busca de ayuda para sus empresas. Mientras esto ocurrà ­a otro grupo de quince soldados de la Guardia Nacional, al mando del mayor Policarpo Gutià ©rrez y el teniente Federico D. Blanco, rodeaban la casa del ministro Salvatierra. Tanto el grupo que mandaba al mayor Delgadillo como este otro que habà ­a allanado la residencia del ministro Salvatierra, se mantuvieron en constante contacto por medio de enlaces que iban y venà ­an en automà ³vil de un lugar a otro. A esa misma hora Tacho Somoza escuchaba un recital que ofrecà ­a la poetisa peruana Zoila Rosa Cà ¡rdenas en el Campo de Marte, siendo à ©sta la primera vez que un acto de esa naturaleza se llevaba a cabo en aquel lugar. Sandino hizo un à ºltimo esfuerzo, convenciendo al mayor Delgadillo que fuese a ver a Tacho Somoza y -le ‘recordase su reciente amistad, confirmada con el intercambio de fotos en las que se consignaban dedicatorias expresivas y cordiales. El mayor Delgadillo llegà ³ al Campo de Marte y regresà ³ diciendo que no habà ­a podido ver al general Somoza y por ende que era del todo imposible hacerle llegar su mensaje Hasta aquà ­ la prolija exposicià ³n del ex teniente Abelardo Cuadra. Su declaracià ³n coincide con la del padre de Sandino y la del ministro Salvatierra en los detalles anteriores a la ejecjÓfl, pues ambos fueron presos conjuntamente con el general Sandino y sus compaà ±eros. Coincide tambià ©n, en là ­neas generales, con la del presidente de la Cà ¡mara de Diputados de Nicaragua, hecha una semana despuà ©s de los sucesos, và ­a telefà ³nica, al diario La Hora de San Josà © de Costa Rica. Por su posicià ³n, el presidente de la Cà ¡mara debà ­a estar enterado de los hechos; y à ©l comienza su breve pero dramà ¡tico relato dando cuenta de la reunià ³n de Somoza con los oficiales subalternos para levantar un acta en que à ©stos1 segà ºn las palabras de Sandoval, â€Å"se comprometà ­an a ser solidarios en el asesinato que se iba a cometer†. Don Gregorio Sandino, padre del mà ¡rtir, y el ministro Salvatierra, declararon que mientras ellos se hallaban detenidos oyeron los disparos y que el desdichado padre del hà ©roe comentà ³: â€Å"Ya està ¡n matando a Sà ³crates y a los otros†; y un poco mà ¡s tarde, al oir otros disparos mà ¡s lejanos: â€Å"Ya està ¡n matando a Augusto†. El ministro norteamericano debià ³ acudir inmediatamente a evitar el crimen, puesto que la vida de Sandino debà ­a ser preciosa para el prestigio de los Estados Unidos; y ocurre que no lo hizo, sino que se presentà ³ mà ¡s allà ¡ de media noche en el cuartel donde se hallaban presos don Gregorio Sandino y el ministro Salvatierra. Por otra parte,  ¿quià ©n le dijo que se encontraban allà ­, siendo que ni el propio presidente Sacasa lo sabia?. Sà ³lo una persona: Anastasio Somoza Un anà ¡lisis elemental nos conduce, por de pronto, a esta conclusià ³n: el ministro Bliss Lane supo, inmediatamente despuà ©s de consumados los hechos, por boca de Somoza, que Sandino y sus compaà ±eros habà ­an sido asesinados. Ahora bien,  ¿supo que iba a producirse ese escandaloso crimen antes de que ocurriera?;  ¿lo supo despuà ©s, porque à ©l indagà ³ o porque Somoza fue a informarle?. Cuando Somoza dijo a los oficiales reunidos en su residencia, a las siete y media de la noche, que llegaba de la Legacià ³n americana y que en una conf rencia con el ministro à ©ste le habà ­a asegurado que â€Å"el gobierno de Washington respalda y recomà ­enda la eliminacià ³n de Augusto Cà ©sar Sandino†,  ¿estaba diciendo la verdad o estaba sà ³lo presionando a sus subalternos con la noticia de que el asesinato era una orden de Washington?. Y si dijo la verdad, La Guardia Nacional de Nicaragua fue adiestrada para matar a Sandino y a sus hombres; se le adiestrà © material y là ³gicamente. Somoza, como Trujillo, a

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